SOLO AMAR, SOLO AMAR …
- Jose Lucena
- 23 jul
- 2 Min. de lectura

Uno de los laberintos en los que me gusta deambular, no sé si despierto o a la deriva, es la emoción que la música genera en mí. No soy un espécimen extraño, coincido con multitud de seres en la pasión desbordada, la melomanía de adolescencia perpetua donde un ramillete de notas te eleva a las cotas de lo genuinamente especial. Puede ser el sonido de una campañilla sobre la puerta de entrada, la voz distorsionada y un rango tonal deteriorado de un móvil o la hermosa e infinita gama cromática de una orquesta. La música es luz que se obstina en iluminar cada paso que doy.
Os dejo una pequeña reflexión de un día al calor de alguna canción, y como dijo Aute " Cine, cine, cine. Más cine por favor. Que todo en la vida es cine, que todo en la vida es cine y los sueños, cine son"
El engranaje del sentimiento es frágil, como frágil es el suspiro, como frágil es la luna llena en un cielo nuboso. De vez en cuando me asomo a la pasión desordenada y candente de García, porque sé que ahí siento el calor que huele a vida y a respeto. Invoco la música y ese poder invisible que tienen las notas ordenadas con su cuerpo de dedos que acarician.
Un día puede ponerse cabeza abajo o mirar a las estrellas en el soplo mágico de una canción… estamos de acuerdo, ¿verdad?
Hay un misterio insondable que pertenece al pentagrama.
Dice mi amigo, Cifuentes, que los pájaros siempre que toca su guitarra, cantan a tono. Yo me pregunto si no es al revés, si no somos nosotros, creando belleza, los que nos vamos al tono universal del agua y su discurrir.
Nunca hubo nada más hermoso que el viento entre las hojas, nunca nada tan emocionante e hiriente como una ola al retirarse asaeteada de espuma entre las rocas.
Ahora siento que García afina en las cúpulas del alma, y que un torbellino de estrellas gira sin pausa sobre mi cabeza. Algunos han sido designados heraldos del universo, de la paz que se acuna en la luz y abren sus manos, generosos para que la fuente nunca se agote. Y es que dar es el anverso del verbo recibir, igual que el silencio es el sonido del pulso a la espera de la emoción de respirar.
Vuelvo a la canción y unto mi barca en brea, y en un cielo turbio y feroz, la empujo adentro, partiendo el mar, mojándome los pies rumbo a una playa calma.

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